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EL CLUB FEMENÍ, MUCHO MÁS QUE MUJER Y DEPORTE

Mucho se ha escrito sobre el Club Femení i d’Esports, una entidad constituida por mujeres de la burguesía cultivada de Barcelona y considerada por diversos autores como el primer colectivo deportivo íntegramente femenino. Nosotros sabemos que el Fémina Natación Club, creado una década antes en la propia ciudad catalana, fue el pionero, pero vamos a alejarnos de ese debate para exponer en estas líneas los grandes logros y proyectos de aquella importante y visionaria entidad.

El Club Femení i d´Esports de Barcelona, inicialmente sin la “i”, se fundó en octubre de 1928 —durante la dictadura de Primo de Rivera, momento de máxima exaltación deportiva en Europa— por iniciativa de nueve mujeres, entre otras las maestras Enriqueta Séculi y Teresa Torrens, fundadoras del elitista y cultural Lyceum Club de Barcelona, y las periodistas Ana María Martínez Sagi y María Teresa Gibert. También se incorporó al club durante los primeros días Josefina Torrens, deportista del Club Natación Barcelona, que lo hizo como entrenadora para aportar un ideario sociodeportivo muy parecido al de la entidad acuática.

Las fundadoras, que intentaron captar socias a través de charlas y conferencias culturales, utilizaron los beneficios del deporte para mejorar el bienestar de la obreras de la Ciudad Condal, pues pretendían crear un nuevo espacio social donde las mujeres pudieran combinar la práctica deportiva con las actividades culturales; situaciones que no se daban con asiduidad entre las clases menos favorecidas de los años veinte y treinta.

Tras los primeros estatutos, y las primeras charlas, las socias del Femení se elevaron hasta 64, ya que uno de los objetivos básicos fue convertirse en un club popular y económicamente asequible para llegar así al máximo número de mujeres. Desde el principio se prescindió del pago inicial y se estableció una cuota mensual de una peseta, precio que se mantuvo para las quinientas primeras socias. A partir de ese momento, las nuevas asociadas tuvieron una cuota de dos pesetas. De ese modo, las mujeres obreras y de clase media tuvieron la posibilidad, gracias al deporte, de acceder a una entidad social. Hasta ese momento, los clubes elitistas habían vetado su presencia a través de costosas cuotas económicas.

El símbolo de la Victoria de Samotracia fue escogida por las primeras dirigentes (1928-1931) como emblema de la entidad. A él se le unió un lema fundacional: Feminidad, Deporte y Cultura. Por aquellos años el catalanismo era muy fuerte, y las dirigentes del Femení bastante partidarias de la defensa regional. Para ellas —según su boletín mensual Portanveu—, el ejercicio servía de base para mejorar la raza. Pretendían conseguir madres preparadas y responsables para gestar hijos sanos y fuertes. Ese ideal patriótico se reflejaba en la salud e higiene corporal de sus socias, con continuas revisiones médicas y charlas, así como en la exigencia de uniformidad y disciplina. El mensaje icónico de su revista vislumbraba una concepción de cuerpo y vida muy en consonancia con las ideologías fascistas del momento, ya que las burguesas del Femení, a través de un lenguaje militarista y desafiante, proclamaron la nueva libertad de la mujer gracias al deporte.

A pesar de todo el ideario nacionalista del Club —cuyos momentos altos y bajos coincidieron con las vicisitudes de la política catalana—, la importancia del Femení debe ser tenida muy en cuenta, pues su aparición permitió que, a través del deporte, la mujer entrara a formar parte del ámbito público. Significó una propuesta moderna de cambio y un avance en las libertades femeninas, acabando así con el elitismo y el dominio masculino en el deporte.

El Femení difundió su espíritu a través de la prensa y los círculos intelectuales, y eso permitió ampliar el número de socias. Su aumento fue considerable; antes del primer año de vida ya poseía 500 carnets, siendo el doble al llegar 1930. La cifra se elevó cuando el club fomentó actos culturales —conferencias, lecturas, conciertos y concursos literarios— y creó secciones deportivas de atletismo, natación, baloncesto, gimnasia, excursionismo, esgrima, esquí, tenis, patinaje, ciclismo y hockey. Eso conllevó que, en diciembre de 1932, la entidad contara con más de 1.500 socias, llegando a la cifra récord de 2.000 abonadas a mediados de 1934.

Tras su fundación, se instalaron provisionalmente en una humilde habitación de la calle de la Libretería. Más tarde se trasladaron al centro, a la calle Paz de la Enseñanza. Allí consiguieron dinero para construir, en un extenso terreno de la calle Balmes, sus magníficas instalaciones deportivas —pistas de tenis, patinaje, baloncesto, gimnasio, duchas con agua caliente, sala de lectura, biblioteca, guardería para los bebes de las socias, y un largo etcétera de novedades de la época—.

Otro de los grandes proyectos de la directiva fue la creación de una piscina climatizada para las socias de la entidad; situación que se dio a finales de 1931, tras la cesión de las Termas Municipales de la Plaza de España por parte del ayuntamiento de la ciudad.

Por otra parte, la entidad impartió las clases deportivas después de las siete de la tarde, cuando se cerraban los despachos, los talleres y las fábricas. De esa manera, las mujeres acudieron a entrenarse y a formar parte del club socio deportivo sin necesidad de alterar su ritmo laboral. A nivel competitivo, gracias al número y calidad de sus socias, se crearon varios equipos de leyenda, como las imbatidas secciones de atletismo y baloncesto.

Cuando el club se fundó, las jóvenes se inscribían como quien cometía un horrendo pecado, intentando que no se enteraran en sus casas, pidiendo que no se enviaran los recibos y acudiendo al gimnasio o al estadio a escondidas. De hecho, para justificar las horas que dedicaban al deporte, algunas decían que tenían novio para tranquilidad de los padres. En 1932, sin embargo, eran los padres los que acudían a inscribir a sus hijas. En Cataluña, por ejemplo, se crearon numerosas sucursales del Femení, como el Grup de Cultura i Esport Femení de Lleida. A su vez, también influyó levemente en la creación del Club Femenino de Deportes de Madrid, en 1935. Esta entidad no compartió los ideales políticos y culturales del barcelonés, pues lo formaron las mejores deportistas de la capital para potenciar el deporte femenino sin necesidad de estar vinculadas a clubes deportivos masculinos.

A partir de julio de 1933, los problemas internos comenzaron a sucederse en el Club Femení. La nueva directiva, compuesta por las socias más comprometidas con el deporte, se alejaron del ideal nacionalista y cultural de la burguesía. Sin embargo, esa etapa apenas pudo resistir los problemas sociales y económicos, a lo que se unió el agotamiento del éxito deportivo de sus socias. A partir de ese momento se redujo el número de participantes y, por ende, el número de triunfos. Las secciones de atletismo, baloncesto y natación, otrora laureadas, se hicieron a un lado para dar paso a las generaciones que vinieron de la mano de nuevos clubes deportivos.

En marzo de 1936 desapareció el boletin Portantveu, principal señal de la decadencia del club, mudándose nuevamente a una pequeña sede social en un piso de la Diagonal. A pesar de ello la entidad femenina siguió compitiendo en algunas pruebas deportivas hasta 1938, cuando, coincidiendo con la parte final del proceso bélico, cerró sus puertas para siempre.

En sus vitrinas se acumulaban casi cien copas de plata y oro, decenas de diplomas y centenares de trofeos, una marca insuperable en España durante el periodo de entreguerras.

 


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