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LAS PRIMERAS SIRENAS: DEL OLIMPO AL OLVIDO

En la sección, teníamos un poco olvidada la disciplina de natación. Semanas atrás, estuvimos hablando de la pareja acuática formada por Enrique Granados y María Aumacellas: verdaderos artífices del despegue de la natación española en la primera mitad del siglo XX. Hoy recogemos el testigo de aquella breve introducción, para recordar a las principales figuras femeninas de los años de entreguerras. No lo hacemos por capricho, ni mucho menos, sino por mostrar a la sociedad que, tiempo atrás, diversas náyades formaron parte de la elite social y deportiva de nuestro país.


Es verdad que ha costado volver a ver a una nadadora española siendo portada de los grandes periódicos del país, pero ahora que tenemos la suerte de disfrutar con Mireia Belmonte, en el vaso y en la publicidad —imprescindible para la igualdad efectiva—, es cuando más necesitamos conocer nuestro pasado.


La natación femenina, hasta el estallido bélico, gozó de una salud envidiable. En apenas un cuarto de siglo —entre 1912 y 1936—, se disputaron miles de campeonatos y travesías, generando, a su vez, decenas de récords. Tal fue el nivel de nuestras nadadoras, que permitió formar una selección nacional para disputar varias competiciones en el extranjero —incluido el campeonato de Europa de 1934—. Ellas fueron las primeras internacionales, y las agencias de publicidad lo sabían. Por ello, sus imágenes ocuparon portadas de prensa y diversos anuncios comerciales. No exagero cuando afirmo que detrás de cada una de estas mujeres había un séquito de fans: hombres y mujeres que seguían sus trayectorias deportivas, y que les solicitaban fotos, firmas y prendas. El ejemplo más claro es el de Carmen Soriano, la nadadora más codiciada por los reporteros. Además de ganar todas las pruebas y batir todos los récords de los años treinta, poseía una sonrisa muy atractiva. Era joven, alta, guapa, esbelta y tenía unos expresivos ojos claros. Su imagen apareció constantemente en todos los medios de comunicación, y eso provocó que el país entero se enamorara de ella. Carmen, que trabajaba vendiendo máquinas de escribir en la tienda de su padre, se convirtió en poco tiempo en la deportista más famosa de España. Antes de acudir a su entrenamiento diario, recibía cada mañana del cartero un paquete de postales con matasellos de todos los lugares —incluido el extranjero—. Sin embargo, la campeona las leía sin curiosidad y luego las abandonaba sobre su mesa:


«Dicen que son admiradores míos. La mayoría de ellos se conforman con una fotografía, que yo no envío, pero otros son más ambiciosos y me piden mi amor. ¿Para qué voy a contestar? Esos son los pequeños inconvenientes de la celebridad […] Dentro de algunos años, cuando abandone el deporte, nadie se acordará de mí. Entonces me dedicaré a esto, a mi profesión, a vender máquinas».


Esta repercusión social de la mujer, es sólo un ejemplo de aquellos tiempos. Su presencia mediática fue una constante gracias al nivel deportivo que muchas de ellas adquirieron. No en vano, decenas de españolas consiguieron su clasificación para los Juegos Olímpicos de Berlín —seis de las cuales eran nadadoras—. Pero para llegar a esa cima —repercusión mediática—, tuvieron que superar muchos obstáculos que no deben ser olvidados. Entre otros, el machismo de los comentarios en los momentos iniciales.


El agua, novedoso invento para la salud, comenzó a ser bien visto a finales del XIX. En España, su uso masivo se practicó, obviamente, en las zonas costeras. Aunque fue la Ciudad Condal la que más hincapié mostró en el aspecto deportivo. Allí surgieron las primeras entidades acuáticas —en 1907—, que se encargaron de realizar diversas competiciones mediante travesías por el mar. Una década después, con la creación de la piscina climatizada del Club Natación Barcelona —de agua salada—, las pruebas y los practicantes aumentaron considerablemente.


Algunas mujeres de la burguesía catalana, a pesar de los comentarios, también comenzaron a sentir la misma pasión por la novedosa disciplina y no dudaron en fundar una entidad para organizar sus primeros campeonatos. En 1912, las hermanas Clementina y Mercedes Ribalta crearon el Fémina Natación Club, la primera entidad deportiva exclusivamente femenina. Durante seis años, en una época donde la mujer vestía largos e incómodos ropajes, las socias del citado club estuvieron a la vanguardia del país con sus bañadores y sus cuerpos al sol.


Después, en los años veinte, la afición creció todavía más y el C.N. Barcelona, tras largos debates, comenzó a permitir la entrada de mujeres a sus instalaciones. Con horarios exclusivos para ellas, la entidad creció en cuanto a número de abonados —la socia número 1 data de 1926—. Igual sucedió en otras partes del país; especialmente en San Sebastián, con el Club Deportivo Fortuna; y en la capital, con la Laguna de Peñalara y las piscinas de Chamartín —Real Madrid—.


El furor por la natación entre las féminas era imparable, y comenzaron a surgir figuras por todo el país. Ayudaron bastante los primeros campeonatos de España, celebrados en 1924, que sirvieron para enfrentar y dilucidar los eternos debates regionales. María Luisa Méndez se encargó de conseguir los dos primeros títulos; después le siguieron Lucrecia Muñoz, María Luisa Vigo, Mercedes Bassols, Carmen Soriano, Marta González y Enriqueta Soriano; así como Mercedes Homdedeu, en salto de trampolín.


Además, fruto de esa competitividad, surgieron diversas pruebas a nivel nacional. Estas, tuvieron como participantes a las más destacadas sirenas de Valencia —Isolda Mateca—, Asturias —Ángeles Buznego y Anita Bruey—, Baleares —Carmen Guardia—, Galicia —Olimpia García—, Andalucía —Magdalena Recaséns y Margot de la Matta— o Aragón —Julia Losilla y Alicia Bernard—. Así mismo, en Madrid y Barcelona, el número de practicantes superó la centena, destacando en esos años Aurora Villa, Carmen Papworth o María Aumacellas entre las primeras y Josefina Torrents, Mary Bernet, Ivonne Lepage o Montserrat Ros entre las segundas.


Sin embargo, como en tantas otras modalidades femeninas, la natación sufrió un retroceso tras la Guerra Civil. Aunque se siguieron disputando campeonatos nacionales y pruebas regionales, la mala organización —competiciones paralelas de la Sección Femenina y la Delegación Nacional de Deportes—, la falta de competiciones internacionales —economía empobrecida al máximo— y las restricciones sociales de la Iglesia —vestuario, horarios, separación por sexos—, tuvieron como consecuencia un declive en cuanto a la calidad de las nadadoras. Además, muchas de ellas, dejaron la competición para ocupar un nuevo rol en su vida: el cuidado del hogar.



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