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¿CÓMO LLEGA EL CROL A ESPAÑA?

En la actualidad, en mayor o en menor medida, todos acudimos regularmente a las piscinas. La natación, durante los últimos años, se ha convertido en un elemento clave para la preparación física de nuestra sociedad. Es tan beneficiosa, que la consideramos primordial en la educación de nuestros hijos. Por suerte, contamos desde hace tiempo con instalaciones cubiertas y entrenadores de calidad para poder mejorar nuestros cuatro estilos de nado.


Sin embargo, sabemos que la mayoría de entrenamientos están enfocados al crol o estilo libre; por ser el más rápido, el más cómodo y el más eficaz de los estilos. Aunque existió un tiempo donde eso no fue lo habitual en España.


Corrían los últimos días de agosto de 1920 cuando Amberes acogió los VII Juegos Olímpicos de la era moderna. Más de dos mil atletas, de casi treinta países diferentes, se dieron cita en la ciudad belga para competir por la gloria eterna. De ellos, cincuenta y nueve eran españoles. Un alta cifra para la época, pues España no acudía al evento desde 1900.


Entre los casi sesenta representantes de nuestro reino estaba el barcelonés Enrique Granados Gal, que acudía como capitán del equipo de waterpolo. Enrique, nacido en Ripollet en julio de 1897, era un deportista multidisciplinar, pues practicaba salto con pértiga, salto de longitud, natación, tenis, motociclismo y esquí.


Durante su estancia en la competición impulsada por el barón de Coubertin, Enrique compartió entrenamientos con el hawaiano Duke Kahanamoku, campeón olímpico y recordman mundial, quien utilizaba una técnica de nado hasta entonces desconocida en España. En nuestro país, por esas fechas, se nadaba con el estilo doble over —todavía utilizado a día de hoy en algunas acciones de waterpolo—.


Granados, sorprendido tras comprobar la eficacia del estilo hawaiano, le pidió consejo a Duke para aprender dicha técnica revolucionaria. Y Kahanamoku, a la postre inventor del surf moderno, le hizo amablemente una demostración del nuevo estilo.


Unas horas antes de ganar la final de 100 metros libres, estuvo nadando con Enrique cerca de 1.500 metros. Además, en esa jornada, Duke y su compatriota Pua Kealoa le explicaron también a Granados la técnica del crawl de espalda y los fundamentos de su preparación.


Tras regresar de Bélgica, Enrique aplicó en el Club Natación Barcelona los sistemas de entrenamiento que le habían enseñado los americanos. Con ellos, Granados y sus compañeros lograron el campeonato de España de waterpolo y de relevos 5x50 durante los años posteriores. Esos logros nacionales le permitió volver a unos Juegos Olímpicos, los de París 1924.


En 1927, tres años después de esa última cita olímpica, Granados se retiró de la competición y se dedicó de manera amateur a la dirección deportiva. Lo hizo en la piscina del C. N. Barcelona, la única climatizada de todo el país, utilizando como método de trabajo los consejos de los nadadores hawaianos. Un año más tarde, en vista de los buenos resultados de sus nadadores, el club le ofreció un contrato profesional, convirtiéndose así en el primer entrenador remunerado de la natación española.


Por entonces, Enrique carecía de empleo. Pues a pesar de tener el título de marino mercante, apenas lo había ejercido. Especialmente tras el trágico fallecimiento de sus padres, quienes murieron ahogados en 1916. En aquella fecha, el vapor Sussex en el que regresaban de viaje fue torpedeado en el canal de la Mancha. El padre de Enrique, el famoso pianista y compositor Enrique Granados Campiña, regresaba de mostrar sus creaciones en Londres.


Con centenares de nadadores a su cargo, el puesto de entrenador profesional le permitió a Granados poner a prueba todos sus conocimientos deportivos. Además, se empapó de los novedosos sistemas de entrenamiento que comenzaron a surgir en el resto de países. Él siempre se mostró abierto a nuevas ideas y tendencias, aunque vinieran de sus discípulos. Fruto de esa experiencia, llevó a sus pupilos a lo más alto de la natación. Consiguió once veces el campeonato de España de clubes así como numerosos —más de cien— récords nacionales masculinos.


En el caso femenino, fue todavía más clara su supremacía. En esa categoría, todas las plusmarcas nacionales obtenidas entre 1927 y 1939, sin excepción, fueron conseguidas por nadadoras a las que él había entrenado: Carmen Soriano, Enriqueta Soriano, María Luisa Vigo, Josefina Torrents o Mercedes Bassols.


Esos logros deportivos no pasaron inadvertidos, y en octubre de 1932, a bombo y platillo, fichó por el Canoe Natación Club de Madrid. Aquello provocó un revuelo mediático, pero la ventaja que suponía tener al maestro Enrique Granados bien merecía unas buenas pesetas de inversión. Después, tras conseguir elevar el nivel deportivo de otros nadadores de la capital —especialmente Marta González y Manuel Martínez—, se convirtió en leyenda nacional.


Sin embargo, la muerte le llegó joven a Granados. En julio de 1953, con apenas 56 años, Enrique falleció tras sufrir una angina de pecho. Por suerte el legado continuó gracias a su esposa María Aumacellas Salayet, a la que conoció en el C. N. Barcelona, y a sus hijos, Jorge y Enrique —olímpico en los Juegos de Helsinki 1952—, quienes se encargaron de enseñar los distinguidos métodos del maestro.


El Canoe, acto seguido a la defunción de Enrique, le ofreció el cargo de entrenador de natación a la propia esposa de Granados, especialista en largas distancias durante los años veinte y treinta. María Aumacellas, junto al mítico deportista Carlos Piernavieja, se hizo cargo de la sección durante un breve periodo. En ese tiempo, se ocupó de la educación natatoria de los hijos del rey Juan Carlos. A los cuales, como premio, les entregaba un Chupa-Chups cuando hacían los ejercicios correctamente.


Después se encargó de una nueva sección del club: el ballet acuático. Una modalidad que en España aún no se había practicado. María, imitando a su marido en Amberes, lo introdujo en Madrid tras vérselo practicar a un conjunto holandés dirigido por Jan Freese. Como reconocimiento, y desde entonces, el Canoe celebra cada año una competición de natación sincronizada que lleva su nombre, simbolizando de esa manera otro hito en la evolución de la natación española. Una evolución, en la que Enrique Granados y su familia han sido determinantes.

 


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